domingo, 27 de septiembre de 2009

LITERATURA: JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: CARTA AL CIELO DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Me parece infame la broma que un par de estudiantes le jugaron al poeta español Juan Ramón Jímenez con la finalidad de asegurar que les respondiera a una solicitud de información sobre sus nuevas obras. Aunque el principio del engaño es noble, la decisión de mantenerlo a lo largo de varias cartas la considero bastante innoble. El poema de amor que surge de este engaño es, sin embargo, sincero y apasionado, pero no comparto con el autor de esta bella nota que el fin justifique los medios. Espero que algún lector incauto que llegue a leer este blog comparta o deapruebe mi opinión; en todo caso, lo importante es leer este suceso desconocido que seguramente marcó la vida de uno de los más importantes poetas españoles del siglo XX. JLMB.

Un gran poema bien vale un engaño. Alonso Cueto reconstruye
una historia de amor conjetural protagonizada por Juan Ramón
Jiménez y Georgina Hübner, una señorita peruana que desconocía el amor que le profesaba el poeta.


El episodio de amor entre Juan Ramón Jiménez y la
señorita Georgina Hübner es uno de los más tristes,
más hermosos y acaso más divertidos de toda la historia
de la literatura. Hoy, en los tiempos de las llamadas telefónicas
intercontinentales y de las fotos enviadas por
correo electrónico, nos parece imposible que alguna vez
el gran poeta español suspirara de amor y enviara cartas
a una perfecta desconocida, una dama limeña que a su
vez no tenía la menor idea de su existencia.
El origen de la historia —que puede calificarse como
una broma de buen gusto— parte de la admiración
que dos peruanos jóvenes —el poeta y diplomático José
Gálvez Barrenechea y el abogado Carlos Rodríguez
Hübner— sentían por Jiménez. Gálvez y Rodríguez
eran asiduos lectores y se sentían limitados por
la falta de circulación de libros de poesía española en la
Lima de comienzos del siglo XX. Ansiosos por conocer
las obras recientes de Jiménez, ambos decidieron escribirle
a Madrid para pedirle que les enviara sus libros.
¿Cómo podían sin embargo estar seguros de llamar su
atención? ¿Era posible que Jiménez les hiciera caso a
dos remotos lectores peruanos interesados en su obra?
¿Les podría enviar sus libros con un simple pedido?
Rodríguez y Gálvez no lo creían y para atraer la atención
del poeta derivaron la autoría de su pedido
a una lectora imaginaria pero real. El ocho de marzo
de 1904 decidieron redactar una carta de admiración
y de amor a Jiménez firmada por una prima de Rodríguez
Hübner, la señorita Georgina Hübner. Georgina
era una dama de buen trato, sencilla y con un corazón
de oro. Era también una mujer atractiva, sensible y de
gustos refinados que, según Gálvez y Rodríguez, habría
podido, si se hubiera dado un caso imposible de
darse, atraer la atención de Jiménez. Tenía además un
nombre sonoro. Estas condiciones les parecieron suficientes
para escribir una carta de admiración,
da por ellos pero con el nombre de ella. Georgina estaba
por entonces lejos de saber que su relación con Juan
Ramón acababa de iniciarse.

Usando el nombre e interpretando a la persona de
Georgina Hübner, Gálvez y Rodríguez escribieron varias
cartas posteriores. En ellas mezclaban declaraciones
de afecto con relatos de episodios cotidianos, solicitaban
y acusaban recibo de libros, se dirigían con un
lirismo conmovido al poeta. La Georgina Hübner inventada
por ellos escribía desde su casa frente al mar, en
el barrio de La Punta. En Madrid, las cartas firmadas
por “Georgina Hübner” alegraban y conmovían el corazón
de Jiménez. Su respuesta es inmediata. No sólo
le envía sus libros sino también encendidas respuestas
de amor. En una de ellas, le dice: “He recibido esta
mañana su carta, tan bella para mí, y me apresuro a
enviarle mi libro Arias tristes, sintiendo sólo que mis
versos no han de llegar a lo que usted había pensado
de ellos”. La carta termina: “Y créame su muy suyo,
que le beso los pies”. En el verano de 1904, “Georgina
Hübner” le escribe: “Pero, ¿a qué le hablo a usted de
mis pobres cosas melancólicas, a usted, a quien todo
sonríe? Con un libro en la mano, cuánto he pensado
en usted, amigo mío. Su carta me dio pena y alegría,
¿por qué tan pequeñita y ceremoniosa?”.

Cuando unos estudiantes peruanos pasan por Madrid
durante esos meses, Jiménez les pregunta si conocen
a Georgina Hübner. La respuesta es letal para el
corazón del poeta: “Sí, la conocemos. Es buena y bella
como un lirio. Pero ocultando siempre una romántica
pena por no ser amada”. Es entonces cuando Juan
Ramón le escribe una carta urgente: “Para qué esperar
más. Tomaré el primer barco, el más rápido, que me
lleve pronto a su lado. No me escriba más. Me lo dirá
usted personalmente, sentados los dos frente al mar o
entre el aroma de su jardín con pájaros y lunas”. A partir
de entonces, las cartas de Georgina se interrumpen
y poco después llega un cable —aún hoy no se sabe
quién lo envió—, al cónsul peruano en Madrid. Tenía
una frase imperativa: “Comunique al poeta Juan Ramón
Jiménez que Georgina Hübner ha muerto”.
El resultado es uno de los mejores poemas de Jiménez,
“Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima”. El
texto apareció en el volumen Laberinto que la editorial
Renacimiento publicó en 1913. La primera línea de
este poema “El cónsul del Perú me lo dice: Georgina
Hübner ha muerto” es la premisa de los vertiginosos
versos de amor que desde entonces se exponen en primera
persona: “Ahora, el barco en que iré, una tarde, a
buscarte, no saldrá de este puerto, ni surcará los mares,
irá por lo infinito, con la proa hacia arriba, buscando,
como un ángel, una celeste isla… ¡Oh, Georgina, Georgina!
¡Qué cosas!, mis libros los tendrás en el cielo, y
ya le habrás leído a Dios algunos versos…”. Podemos

Habían creado para él a un ser irreal,
distante y por lo tanto perfecto, lo
suficiente para encender una pasión
y provocar un gran poema.


deducir también del poema un fragmento de una de
las cartas de Georgina: “Me escribiste: ‘Mi primo me
trajo ayer su libro’... —¿Te acuerdas? —y yo, pálido:
‘Pero, ¿usted tiene un primo?’”. La “Carta a Georgina
Hübner en el cielo de Lima”,1 termina con una invocación
al absurdo de la muerte: “¿qué niño idiota, hijo
del odio y del dolor, hizo el mundo, jugando con pompas
de jabón?”.

El artículo de Jorge Oliver en la revista Letras Peruanas,
de donde hemos tomado algunos de estos datos,
y las declaraciones de Gálvez Barrenechea son ilustrativos
de las buenas intenciones de los creadores de
Georgina que sólo buscaban leer todos los libros que
pudieran del poeta de Moguer. Por otro lado, la explicación
de la noticia de la muerte es obvia. Tanto Gálvez
como Rodríguez buscaban impedir el viaje de Juan
Ramón a Lima y no habían encontrado otro recurso
que inventar la desaparición de Georgina que seguía
viva y coleando y aún bastante ajena a toda la historia
de la que era protagonista principal e involuntaria.

Un tiempo después, tanto Jiménez como Georgina
se iban a enterar de cómo habían sido utilizados. Al saber
la historia, Georgina lo tomó con una gracia amable
y, de acuerdo a su buen carácter, se refugió en las
costumbres limeñas del perdón y la religiosidad. Jiménez
por el momento no quiso saber más acerca de la
falsa dama y de sus inventores, y luego no incluyó el
poema en sus antologías. Sin embargo, gracias al blog
de Alejandro González me entero de dos comentarios
hechos en su madurez por Juan Ramón Jiménez. Al
recordar el episodio en una entrevista (“Nada me pesa
el engaño, ya lo sabe Georgina Hübner, los que participaron
en la farsa y la exquisita autora de las epístolas”)
y en un apunte de su autobiografía (“Sea como sea
yo he amado a Georgina Hübner, ella llenó una época
de vacío mía, y para mí ha existido tanto como si hubiera
existido. Gracias, pues, a quien la inventara”), Jiménez
reivindicó con cierto humor y gracia los años de
su romance imaginario.2

El gran poeta de Moguer en cierto modo admitía
con ello que tanto Gálvez como Rodríguez, sin quererlo,
le habían hecho un favor. Habían creado para él a
un ser irreal, distante y por lo tanto perfecto, lo suficiente
para encender una pasión y provocar un gran
poema. Los tres supieron tarde o temprano que sólo la
imaginación puede crear seres tan reales. En eso, sin
saberlo, estaban de acuerdo.

“CARTA A GEORGINA HÜBNER EN EL CIELO DE LIMA”
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ


El cónsul del Perú me lo dice: “Georgina Hübner
[ha muerto”…

¡Has muerto! ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué día?
¿Cual oro, al despedirse de mi vida, un ocaso,
iba a rosar la maravilla de tus manos
cruzadas dulcemente sobre el parado pecho,
como dos lirios malvas de amor y sentimiento?
…Ya tu espalda ha sentido el ataúd blanco,
tus muslos están ya para siempre cerrados,
en el tierno verdor de tu reciente fosa,
el sol poniente inflamará los chuparrosas…
¡Ya está más fría y más solitaria La Punta
que cuando tú la viste, huyendo de la tumba,
aquellas tardes en que tu ilusión me dijo:
“¡Cuánto he pensado en usted, amigo mío!”…
¿Y yo, Georgina, en ti? Yo no sé cómo eras…
¿Morena? ¿Casta? ¿Triste? ¡Sólo sé que mi pena
parece una mujer, cual tú, que está sentada,
llorando, sollozando, al lado de mi alma!
¡Sé que mi pena tiene aquella letra suave
que venía, en un vuelo, a través de los mares,
para llamarme “amigo”… o algo más…no sé…
algo que sentía tu corazón de veinte años!
—Me escribiste: “Mi primo me trajo ayer su libro”…
—¿Te acuerdas? —Y yo, pálido: “Pero… ¿usted
[tiene un primo?”.

Quise entrar en tu vida y ofrecerte mi mano
noble cual una llama, Georgina… ¡En cuantos barcos
salían, fue mi loco corazón en tu busca…
yo creía encontrarte, pensativa, en La Punta,
con un libro en la mano, como tú me decías,
soñando, entre las flores, encantarme la vida!…
Ahora, el barco en que iré, una tarde, a buscarte,
no saldrá de este puerto, ni surcará los mares,
irá por lo infinito, con la proa hacia arriba,
buscando, como un ángel, una celeste isla…

¡Oh, Georgina, Georgina! ¡Qué cosas!… mis libros
los tendrás en el cielo, y ya le habrás leído
a Dios algunos versos… tú hollarás el poniente
en que mis pensamientos dramáticos se mueren…
desde ahí, tú sabrás que esto no vale nada,
que, salvado el amor, lo demás son palabras…
¡El amor! ¡El amor! ¿Tú sentiste en tus noches
el encanto lejano de mis ardientes voces,
cuando yo, en las estrellas, en la sombra, en la brisa,
sollozando hacia el sur, te llamaba: Georgina?
Una onda, quizás, del aire que llevaba
el perfume inefable de mis vagas nostalgias
¿pasó junto a tu oído? ¿Tú supiste de mí
los sueños de la estancia, los besos del jardín?

¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida!
Vivimos… ¿Para qué? ¡Para mirar los días
de fúnebre color, sin cielo en los remansos…
para tener la frente caída entre las manos,
para llorar, para anhelar lo que está lejos,
para no pasar nunca el umbral del ensueño,
ah, Georgina, Georgina! ¡Para que tú te mueras
una tarde, una noche… y sin que yo lo sepa!

El cónsul del Perú me lo dice: “Georgina Hübner
[ha muerto”…

Has muerto. Estás, sin alma, en Lima,
abriendo rosas blancas debajo de la tierra…
Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran,
¿qué niño idiota, hijo del odio y del dolor,
hizo el mundo, jugando con pompas de jabón?

Un tiempo después, tanto Jiménez
como Georgina se iban a enterar
de cómo habían sido utilizados.
Casa-museo Juan Ramón Jiménez, Moguer, Huelva

Notas a Pie de Página


1. Reproducida en el número cuatro de Letras Peruanas (edición de
la Universidad San Martín de Porres, Lima, 2003), y acompañada de un
artículo de Jorge Oliver con declaraciones de Gálvez Barrenechea.
2. González cita asimismo otro poema de Juan Ramón que ha salido
a la luz en Epistolario I. 1898-1916 (edición de Alfonso Alegre
Heitzmann, Residencia de Estudiantes, Madrid, 2006). Según González,
iba a formar parte de La frente pensativa (1911-1912), uno de los
libros que Jiménez dejó inéditos. Sin embargo, no aparece en la edición
(póstuma) de 1964. La versión que reproduzco es la citada por
González: “Esta mañana fría / me he acordado de ti, Georgina mía. /
Mano que me escribía / aquellas cartas grises de poesía, / cómo la tierra
umbría / habrá desbaratado tu armonía, / mano que me decía /
¡ven! (Y no fui). ...¡Qué fría / mañana de dolor, Georgina mía!”.
CARTA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Tomado de la Revista de la Universidad, Nueva Época, Número 67, Septiembre de 2009, que se puede leer completa en www.revistadelaunivrsidad.unam.mx

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